La raza humana debería ser hermafrodita, aunque este término ya no es científicamente correcto, sino que ahora se denomina intersexualidad. El animal hermafrodita tiene los dos sexos, pero raramente se autofecunda. Los animales hermafroditas que conocemos son repugnantes –lombrices, sanguijuelas, tenias, caracoles y babosas-, pero esto no debe desanimarnos. Sin embargo, mi propuesta incorpora la autofecundación, parecido a lo que le ocurre al pez payaso (el de la fotografía) que puede cambiar de sexo (esta información tan relevante no nos la contó Disney en Buscando a Nemo) en determinadas circunstancias: pasar de macho a hembra.
La raza humana debería cambiar de sexo, a voluntad, ida y vuelta y tantas veces como quisiese cada individuo. Así acabarían muchos de los problemas más graves que nos aquejan. Se me ocurre, a bote pronto, para abrir el debate, el tema de la discriminación en el trabajo. Por ejemplo, una empresa busca una persona para cubrir un puesto: ¿desean un hombre?, allí está Severino Gómez; ¿qué buscan a una mujer?, “no se preocupe usted que mañana aparezco como Severina Gómez”.
El placer de la relación sexual interpares no se daría, sino que sería uno consigo mismo, igual de placentero, pero sin el sentimiento de soledad que a veces se da ahora. Los dos órganos sexuales los tendríamos dentro y allá luego cada cual. Parecido a algunas linternas cuyos botones tienen tres posiciones: hombre-neutro-mujer. Acabarían muchos malos rollos: qué me duele la cabeza, qué ya nunca quieres, qué eres un sosaina. Al final, más práctico y menos sucito. Tampoco habría infidelidades, ni celos, ni suegras
Desde la economía habría puntos a favor y en contra. La moda y la belleza prosperarían enormemente, pues cada persona debería tener el doble de armario, doble cantidad de productos de belleza, etc. Sin embargo, habría sectores muy perjudicados, como las empresas de preservativos, todo el mundo relacionado con las bodas, los fabricantes de colchones de matrimonio, las agencias de viajes de novios, etc.
Desde la ética se solucionarían también problemas muy sesudos. Entre otros, los cristianos veríamos desaparecer el sexto y noveno mandamientos (hacer cosas uno solo o con la pareja del vecino), por lo que nos aliviaríamos bastante. Entonces nos restarían ocho mandatos. No tengo claro si entonces Dios nos proporcionaría otros dos nuevos mandamientos para sustituir a los anteriores, pues diez es un número atractivo y fácil, o por lo contrario nos perdonaría los dos que le habíamos escaqueado. No lo sé. Y es que el ocho, ni fu ni fa. Incontrovertible.