Atención al cliente

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He decidido constituir un departamento de atención al cliente en casa, para atender las quejas de mis hijos. Así, por ejemplo:

– Papa, la persiana del cuarto se ha estropeado, se ha partido la cinta, necesito que la arregles.persiana

– Es la nueva moda, déjala estar.

– ¡Pero papá, ¿cómo voy a dormir con tanta luz?!

– Si no te parece bien escribe una queja al departamento de atención al cliente.

      Y es que esta sección de la empresa, por ejemplo en los hipermercados, ha terminado por ser una burla y un desprecio para los clientes. ¡No existen los departamentos de atención al cliente!; de verdad, hazme caso. Estos departamentos son entes indeterminados, cobardes y maliciosos, donde nunca ningún empleado da la cara y todo debe solicitarse por escrito. waterA fin de cuentas, un callejón sin salida para cualquier reclamación, un agujero en el suelo, junto a la puerta del director, que conduce cualquier reclamación, queja o sugerencia directamente a las cloacas.   Por si esto fuera poco, todavía debemos soportar, por parte de los hipermercados, un mayor ultraje, la ignominia sublime: “su opinión nos interesa” o “una queja es un regalo”. Desconfía grandemente de cualquier negocio que afirme eso. ¡Jamás debes mirar ese cartel y mucho menos responder a su hipnótica llamada! ¡Es la mayor de las falsedades!

          Hace dos décadas esto no era así. Te lo puedo asegurar por experiencia personal. Entonces al cliente quejoso se le valoraba y respetaba como al más insigne adversario.  sumoExclusivamente al empleado más curtido y avezado se le permitía formar parte del departamento y enfrentarse de igual a igual, cara a cara, con ese ejemplar tan peligroso como es un cliente insatisfecho. De hecho, por respeto al cliente, las empresas más serias empezaron a buscar su personal en los gimnasios de kárate o boxeo, pues aquella debía presentar un empleado digno y fajado para aguantar el tipo ante una reclamación bien fundada.

     El comercio no engañaba, siempre buscaba que al cliente díscolo se le humillara públicamente, en la entrada de la tienda, para instrucción de los demás compradores.

– Quería cambiar estas bragas.

El trabajador examinaba el producto.

– Imposible señora, la mercancía ha sido utilizada e incluso está sucia.

– ¿Y cómo iba a saber yo qué me quedaban pequeñas las bragas sin ponérmelas? No es que yo tenga el culo grande, sino hermoso, toque, toque. ¡Estas bragas no dan talla!

– Lo siento, pero no puedo admitirle la devolución.

– Eso ya lo veremos.

Incontrovertible.