Sé que esta entrada es soez e inapropiada, de enorme mal gusto, una afrenta para los blogeros, pero necesito desahogarme, no puedo amontonar en mi alma tanta miseria. Lo siento. Comienzo:
Desde la ventana de mi cuarto me pongo morado con los culos de los vecinos, los del bloque de enfrente.
– ¿Y eso?
Conozco todos los culos de mis vecinos, los veo a través de la ventana de sus baños. En la actualidad las ventanas de los baños no permiten ver lo de fuera (lo que proporciona una insensata tranquilidad), pero sí dejan que te vean a ti. No lo entiendo. Ellos, los vecinos, están allí en la ducha, moviéndose al ritmo del agua y del manoseo con el gel. Culos rollizos, flácidos, prietos, rugosos, de avispa, potentes, de manzana, caídos, de gimnasio, operados, vellosos, etc., y todos con su rajita. Le he pedido a mi mujer cambiarnos de casa, para eliminar la pesadilla culosa y dejar de ser un tarambana, pero no consiente.

Hace algunas decenas de años no ocurría este constante visionado culoso.
– ¿Cómo lo sabes?
En la casa de mi abuela el baño se ubicaba al final del pasillo, en un cuarto oscuro y estrecho, de losetas feas, con cisterna con cadena rota y con un ventanuco que daba a un patio sucio y pestífero, pues en esos años el baño era un lugar indecoroso. Hoy en día, sin embargo, los baños están en el podio de las habitaciones más importantes de la casa: cocina, salón y baño, medalla de bronce; y el culo como el rey de esa habitación.
La raja del culo supone una anomalía evolutiva: no aporta nada bueno y tenerla no trae más que inconvenientes: su presencia nos obliga a rasguñar por debajo de cuerda, debemos baldear los retazos en el bidé, afloran las almorranas como setas, desperdiciamos haciendas en papel higiénico, en las cárceles masculinas supone un acrecentamiento a la pena impuesta, sobre él tratan la mitad de los chistes soeces y desvergonzados, etc.

-¿Pero entonces, por dónde…?
Ese asunto sería objeto de otra entrada del blog. Incontrovertible.