La verga del señor Chen

 

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       El pasado julio mi mujer y yo fuimos de vacaciones a China. Buscábamos la intimidad de la pareja, algo parecido a una octava luna de miel, sin embargo, en el viaje coincidimos con algunos españoles silenciosos y mil trescientos noventa y cuatro millones de chinos.                                  fumanchu

Además de la Gran Muralla deseábamos conocer, por razones       investigadoras, a Chan Chen, concretamente al individuo de cuarenta y cuatro años, casado con Li Yu Shu y residente en Shanghái (torre Burung, planta vigesimoséptima, zona oeste, puerta k) y a ningún otro de los tres millones de Chan Chen residentes en aquel país.

 Acudimos a la torre Burung tras concertarnos con Chan. (Burung es un nombre precioso que se traduce por “aleteo de un petirrojo sobre el arroyuelo añil bajo la luna menguante de mayo”). Al llegar nos topamos con un pedazo de edificación de noventa plantas, con veintitrés mil quinientos once habitantes censados. Ninguno de sus catorce ascensores funcionaba, ni estaba prevista su reparación hasta la tercera semana de octubre del 2022 -según nos comentó uno de los conserjes- por lo que, ignorando ingenuamente el consejo de este, emprendimos el ascenso por la escalera. Tardamos una hora y treinta y tres minutos en llegar al domicilio de Chan en la planta vigesimoséptima.

hotel abandonado 6 Durante el trayecto, charlando con unos y otros, nos enteramos que el edificio Burung había evolucionado, tras veintitrés años sin ascensores, hasta configurar un hábitat único, donde a mayor altura mayor deshumanización. Así, hasta aproximadamente la altura del apartamento de Chan, la planta vigesimoséptima, los inquilinos todavía eran personas cabales y disfrutaban de la ciudad, esto es, entraban y salían a voluntad (en mayor o menor grado, dependiendo de su estado físico y la altura de su piso).

Chan nos relató, tras proporcionarnos unas aspiradas de oxígeno y ofrecernos un té de sauce, que decidió acudir al médico porque llevaba un tiempo arrastrando fuertes dolores en el estómago. Además, en los últimos días había descubierto que tenía sangre en su orina. Acomodados y repuestos escuchábamos como Chan, bastante cohibido, nos insistía en que él poseía todos los atributos sexuales de un varón y como tal había vivido sus cuarenta y cuatro años,, como daban fe Li Yu Shu, su esposa, y Perempuan Sundal, la meretriz del decimotercero, que también se hallaba en la charla.

hotel abandonado 2A nosotros las vicisitudes de Chan apenas nos importaron entonces, pues estábamos cautivados por el edificio. Li Yu Shu, la esposa, nos comentó en un aparte que en el piso trigésimo comenzaba la zona restringida, que llegaba hasta la quincuagésima quinta planta. Allí los habitantes habían abandonado la moneda y utilizaban el trueque; habían habilitado un colegio propio, tres templos y un servicio médico; los tramos de las escaleras se utilizaban para instalar sus diminutos comercios, apenas tres o cuatro escalones, como barberías, casquerías, funerarias, etcétera. Los corredores y pasillos, siempre abarrotados, eran el lugar de convivencia para los vecinos y también el refugio de los inmigrantes ilegales, los okupas y los mendigos.

Me realizaron concienzudos estudios médicos –continuó Chan importunándonos de nuevo-, incluida una ecografía y una tomografía computarizada. Como diagnóstico los doctores me aseguraron que poseía también, es decir, además de mi minga o picha, el útero y los ovarios. ¡Los dolores de los que me quejaba eran fruto de mi primera regla! ¡Enhorabuena señor Chen –me dijo un doctor cuando me llegó la regla-, ahora ya eres toda una mujer!

hotel abandonado 4El siguiente tramo asombroso y diferenciado del edificio era el comprendido entre la quincuagésima sexta y la septuagésima cuarta planta. Allí el agua llegaba únicamente los días impares que coincidiesen con martes o viernes y respecto a la electricidad se cortó con motivo del año dos mil. Los inquilinos sobrevivían gracias al comercio que habían establecido una cuadrilla de serpas. Más arriba ni los serpas querían subir. Eran los pisos desde donde descendían las ficciones, las patrañas y los fantasmas. Existían rumores de canibalismo y de endogamia. Las cinco últimas plantas, esto es, desde la octogésima cuarta hasta la octogésima novena se creían abandonadas tras la epidemia de varicela del 2006. Y por fin, en el piso nonagésimo, el ático, donde la leyenda hablaba de que sus habitantes comienzan a evolucionar hacía el vuelo.

Afirman que poseo los órganos reproductores femeninos en mi interior, junto al órgano reproductivo masculino, esto es, el falo o la verga. Para mayor desastre me comunicaron que el examen cromosómico reveló que en realidad contaba con dos cromosomas sexuales XX, lo cual me convertía genéticamente en una mujer.

Los médicos aún no han determinado si soy un hermafrodita –relataba Chan Chen compungido-, aunque todo parece indicar que me deberían funcionan los dos tipos de órganos genitales.

      – El masculino le funciona perfectamente –apunto Perempuan Sundal, la cortesana del decimotercero-, sino que se lo pregunten a mis pupilas.

         – Según los especialistas, es demasiado tarde para que pueda buscar un tratamiento médico que ponga fin a mi problema, ya que este solo resulta eficaz en personas más jóvenes. Además me insisten en que debo probar a tener sexo con un hombre, pero no me atrevo a hacerlo con nadie del edificio.

       – Yo le animo –continuó Perempuam Sundal- a que proponga a alguno de los médicos que le atienden para que se ofrezca…, como científico…, en las condiciones óptimas de salubridad…

      – Tengo miedo de quedarme embarazado. En el trabajo me han comentado que si me quedo preñado pierdo el empleo.

        – Querido, ya te he comentado que por eso no debes preocuparte –terció Perempuam Sundal- que en mi establecimiento siempre encontrarás un trabajo bien remunerado.