Picasso, siempre él.

Hace unos días cayó en mis manos una revista científica chilena de mil ochocientos setenta y cuatro. La mayor parte de los artículos, leídos con nuestra sapiencia e instrucción, resultaban un desvarío y una patochada. Y es que “solo” han pasado, ciento cincuenta y cinco años, afuera parte que la generalidad  estaban redactados en latín, lo cual siempre desprestigia.

Sin embargo, encontré uno sobre Pablo Picasso, en el que el autor buceaba profundamente en el origen o procedencia de su proceder pictórico, que me pareció absoluta e incuestionablemente certero. Pensé entonces que solo la envidia, autentico mal de los científicos, pudor provocar, primero, el desinterés y, después, el olvido de tan asombroso tino.

PICASSO

Te resumo en una sola frase esa muestra de sabiduría: el señor Picasso padecía una comprometidísima deficiencia que le impedía  fijar la mirada de ambos ojos en el mismo punto del espacio, lo que le ocasionaba una visión binocular incorrecta que le afectaba adversamente a la percepción de la profundidad, es decir, que era bizco.