El papa Francisco

La mayoría de los católicos están encantados con el Papa actual. Parece que Francisco dice verdades como puños, de las que alientan a los tibios y confortan a los entregados. Personalmente todavía no tengo formada mi opinión, pues alguien no para de remover las aguas.

A mí un sinfín de los declaraciones y comentarios del Papa Francisco no me llaman a nada. Me parecen más de lo mismo, si acaso algo más de sal en el plato.

El Papa afirma: rechazo a los «lengua de serpiente» que matan la fama ajena y viven ellos mismos amargados, animo a los cristianos a tener la misión de «dar luz al mundo», «desconfío de la limosna que no cuesta y no duele», apoyo a la familia que defiende a niños, enfermos y ancianos, os prevengo de los falsos profetas y del espíritu del Anticristo, etc. A unos nuevos cardenales les exhortó: «reciban la designación con un corazón sencillo y humilde», a los padres y padrinos de 32 bautizados les inquirió: «tenéis el deber de transmitirles la fe», etcétera.

Son mensajes significativos, directos y sencillos, adecuados para mejorar uno mismo y el mundo en su conjunto. Hace años, poquitos, como no existían tantas facilidades comunicativas nos enterábamos de lo que contaban los papas de pascuas a ramos. Ahora, por el contrario, ni las personas de vida monástica más enclaustrada, las dedicadas exclusivamente a orar, son capaces de librarse de la sobreabundancia de noticias papales. ¡Vaya empacho de sermones! Parece como si hubiésemos pasado de la más absoluta sequía y hambruna espiritual a la sobreabundancia que te satura y te produce hartazgo. Pero esto no es para nada cierto. Personalmente tengo en casa varios libros sobre el pensamiento de Juan Pablo II, Benedicto XVI e incluso Juan XXIII. ¿Qué pasa aquí? Algo no cuadra. Te remito al post La sonrisa del papa Francisco en este mismo blog.                                                                                  papa Francisco 2

Sin embargo, lo que a mí me pasma es que a tantos católicos, incluso los entregados, se les llene ahora el intelecto con las palabras de Francisco y afirmen ¡albricias! o ¡qué bueno! ¡Pero sí es lo mismo de siempre!, ¿o no?

Esta inquietud se la he preguntado a san Ambrosio de Milán y me ha confirmado que sí, que no hay nada nuevo bajo este sol de otoño. El designio del Altísimo ha querido que lleve unos seis meses ojeando “El tesoro de los Padres” (los Padres de la Iglesia) y ¡cáspita!, también estos cristianos de los siglos III al VII estaban en las mismas ideas. ¡Pues menudo plan o cómo hacer un pan con unas tortas! ¡XX siglos con lo mismo y no nos hemos enterado!

Entonces, ¿podría Francisco contarnos algo distinto? ¡A mí qué no me fastidie!