Hilario Cantero Ruano era un humano paradójico y desorbitado. Hilario nació un día cualquiera, un ocho de octubre, sin embargo, cumplía tres años en cada intervalo de trescientos sesenta y cinco días (en vez de uno como el resto de la humanidad), esto es, tres cumpleaños por cada año. Los facultativos más competentes y leídos, los astrofísicos más eminentes e incluso algún patriarca de la Iglesia Ortodoxa habían estudiado esta anomalía sin dar ninguna explicación lógica al portento. Algún vecino bastante atrevido habló de una paternidad de afuera de nuestro planeta, pero esta propuesta desencajaba al padre, pues había sido su simiente y no la de una entidad extraterrestre, la que había dejado preñada a su señora.
Y así fueron pasando los años. Mientras el resto de los habitantes del planeta celebraba un cumpleaños, Hilario Cantero festejaba tres. Los cumpleaños terminaron por celebrarlos con un magdalena y una cerilla, pues el asunto resultó reiterativo y pesado. En cada conmemoración la madre, Asunción, insistía en lo mismo:
– Pero hijo, ¿cómo te puede pasar esto a ti? Nosotros, que somos de Palencia.
– Déjame.
Cuando sus compañeros de clase cumplieron los catorce años, la edad del bigotito, las hormonas disparadas y el pensamiento monotemático, Hilario, a la sazón treinta y nueve tacos, se casó y consumó.
– ¿Cómo ha sido, qué ha pasado? –le preguntaban los amigotes en el recreo del bocadillo, por no atreverse a preguntar directamente por las tetas y el bajo vientre de su señora.
– Dejarme.
A su mujer, Mónica, la visitaba en la casa de los padres de ella cuando acababa los deberes y también los fines de semana, pues Hilario, que cursaba 1º de BUP, todavía no tenía medios para mantenerla, por más que se afeitase todos los días.
Un día su madre le dijo:
-Hilario, mañana es tu cuadragésimo tercer cumpleaños, ¿irás a visitar a tu abuelo?, pues era costumbre de Hilario visitarle en cada uno de sus cumpleaños, de él, de Hilario.
– Déjame.
Al día siguiente la madre: ¡felicidades hijo, dame un beso! “Hoy no cumplo años” –fue la contestación de Hilario, en vez del reiterativo “gracias y déjame” de las decenas de ocasiones anteriores-. Los padres miraron el calendario de “Pescaderías Lorimar” que colgaba en la pared de la cocina.
– Es hoy –aseveró el padre.
– ¡Ya lo sé!, pero hoy ya no cumplo – confirmó el chaval / hombre.
Hilario Cantero se paró, en seco, ni para adelante ni, por supuesto, para detrás, atascado, se quedó sin cumplir años nunca más. Esto le ocurrió a la edad de cuarenta y tres años y ciento veinticuatro días, un catorce de abril.
– Por lo menos me libro de visitar al abuelo, aunque deberé terminar los estudios –fue el comentario de Hilario a su mujer.