Esta entrada ya la publiqué hace un par de meses, pero por razones que escapan a mi conocimiento y pericia con el blog se ha extraviado. Por ello la reproduzco con un par de retoques. A los que, de vosotros infatigables lectores, os gustó podréis solazaros de nuevo en su lectura; para los que ni fu ni fa, me animaría que, si lo desean, diesen otra oportunidad al texto y para los más exigentes con lo que escribo deberán dejar de leer desde este punto <PUNTO>.
«Hasta ahora mi deseo era que cuando me muriese me convirtieran en ceniza, polvo al polvo y esas cosas. Sin embargo, he cambiado mi opinión: ahora quiero un entierro y que en mi tumba coloquen dos lápidas.
En la primera, que sería para los despegados de los asuntos divinos el epitafio sería:
No bien partía esta persona de la orilla
cuando ya no era orilla, ni persona, ni partía.
(versión de un poema de Enrique Lihn).
En la segunda lápida, para los esperanzados con el Cielo, el epitafio pondría (pendiente de los últimos retoques)
O socii (neque enim ignari sumus ante malorum),
o passi graviora dabit
deus his quoque finem.
[…] revocate animos maestumque timorem mittite;
forsan et haec olim meminisse iuvabit. (1)
Traigo a colación esta cuestión de las lápidas para que mi familia vaya ahorrando, que enterrar sale carísimo.