Yo sabía que llegaría, más tarde o más temprano, pero que inevitablemente ocurriría. Reconozco que han pasado muchos años desde que conjeturé la posibilidad una mañana de octubre en un hospital de Madrid, pero, aun así, nunca he perdido la confianza en nuestra raza. En algún momento de abatimiento, sí desconfié de verlo en vida, pero Dios ha querido otorgarme un último regalo antes de llevarme con ÉL. ¡Por fin se ha producido el acontecimiento!
Sobre el asunto en cuestión mantenía una certeza completa. Algo parecido a la que adquirí, sobre otro asunto distinto, una mañana de junio cuando, refrescándonos en una terraza, supe que lo mejor era ir avisando al Samur al observar a un chaval -8 o 9 años- jugando a subirse a una barandilla metálica y hacer equilibrios, mientras los padres y unos amigos, unos metros más allá, disfrutaban de una cerveza con aperitivo, ajenos a las peripecias del chaval. El niño al final se pegó el leñazo previsto, inevitable, y la madre alarmada acunó y regañó al niño y abroncó al padre, en un solo acto.
Pues bien, ¡por fin han construido un hospital donde las camas, esas en las que te pasean por todo el hospital casi en bolas con la menor escusa, no caben en el ascensor!: “el centro hospitalario carece de un ascensor con capacidad para las camas que conecte la planta baja con el resto de pisos del centro hospitalario”. ¡Glorioso! Ha ocurrido en Andalucía, en la Serranía de Ronda, pero lo mismo da, porque la
estulticia no conoce fronteras. He examinado la noticia completa, rebuscando ese otro detalle grandioso que hace que un suceso pase de ser increíble a ser histórico y que solo los más avezados cronistas detectamos. Lo encontré: cuando inauguraron el hospital –las prisas hicieron que se abriera el pasado mes de enero sin acabar- “algunas de las puertas de las habitaciones se han tenido que modificar porque las camas eran más anchas y no entraban por los marcos de las originales” incumpliendo la normativa actual de la propia Junta de Andalucía. ¡Espectacular!
Para solventar el inconveniente de la falta de ascensor, a los pacientes, cuando deben ser trasladados por las instalaciones, los sacan a la calle, los suben a la UVI móvil, que los recoge en la puerta de un piso y los suelta en la puerta de otro piso a sólo unos metros de distancia, por fuera del hospital, -todos los niveles, salvo el último, tienen acceso directo al exterior-. Resulta entretenido y desde luego ni el paciente desnudo (aunque los más pudorosos protestan) ni su familia se aburren (a los parientes en primer grado deberían pagarles un taxi para el traslado). Esta solución es la segunda payasada suprema de este asunto.
Las autoridades han informado que arreglarán el problema del ascensor en menos de un mes. Esto es una nueva necedad; me explico: para instalar un ascensor más grande hará falta un hueco de ascensor más grande y para ello deberán echar abajo medio edificio (piensa en el ascensor de tu casa). Tercera patochada.
Desde luego a nuestros gobernantes les falta muchísima imaginación y perspicacia –justo lo que a mí me sobra-. Voy a proponer desde este blog la solución al problema de ese centro médico, aunque ello no me reporte ningún beneficio económico, pero confiado en que, por lo menos, me servirá como práctica de las obras de misericordia cristianas, esas que tanto gustan al actual Papa (enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, sufrir con paciencia los defectos del prójimo…). A saber: solo se admitirán pacientes mayores de edad que midan menos de 154 centímetros y pesen menos de 60 kilogramos y camas hospitalarias acordes con esas dimensiones. Punto pelota. Incuestionable.
P.D. Por supuesto el hospital acumula otros muchos defectos importantes, pero eso no es noticia.