El otro fui a confesarme.
– Padre, me acuso de no disfrutar adecuadamente de mi vida. No me identifico suficientemente con Dios en su gozo y alegría.
– Ponme un ejemplo para que entienda bien lo que me cuentas.
– Los domingos, después de la misa…
– ¿Escuchas la santa misa todos los domingos?
– Claro, padre. Pues los domingos algunos amigos, los compañeros en la fe, nos tomamos el aperitivo. Nos vamos a una terraza y allí, en un entre sol y sombra, sin tráfico ruidoso, observando a los vecinos pasear o comprar el pan, nos pedimos un doble de cerveza. No una caña aguachinada de espuma biliosa, sino un doble en una copa sudorosa, que nos sirven acompañada de una tapa exquisita: unas olivas o ensaladilla rusa o patatas fritas…
– Parece una experiencia piadosa –afirmó el sacerdote.
– ¿Verdad que sí?, pero yo no consigo regocijarme adecuadamente. En la mayoría de las ocasiones repetimos: otro doble que nos sirven entre sonrisas y parabienes, también acompañada de su tapita, siempre distinta de la anterior. Aun así yo me noto un reconcome, pues sé que no me plazco a imitación de Dios Padre en su gozo y satisfacción.
– Cometes un grave pecado de…
– Espere padre que no he terminado. Incluso en alguna ocasión nos pedimos una tercera ronda. En esta los amigos más pecadores piden la sencilla caña o incluso declinan la ronda, pero los que deseamos la imitación de Cristo en todas las facetas de nuestra vida, acometemos el tercer doble –después de visitar el baño-. Pero ni con ese tercer doble helado de cerveza rubia española disfruto de mi afortunada existencia. Y así me ocurre en otras muchas otras facetas de mi vida. No logro deleitarme como Dios me pide.
– Ya te comprendo. En penitencia el próximo sábado irás de restaurante y te comerás una paella de marisco, con gambas, mejillones, calamares… y el domingo una parrillada de carne argentina, ambas acompañadas de vino, postre de no menos de 800 calorías, café sin sacarina y un copazo –nada de chupito-.
-¿Puedo ir acompañado de mi vínculo matrimonial? -pregunté-. En estos momentos tengo la agenda vacía, son muchos años de castidad matrimonial.
– ¡Maldito sexto mandamiento!